"Sin tantita pena"

Sin previo aviso se me informó que estaba invitada a comer, esas sorpresas me emocionan. Caminar hacia el lugar, encontrarnos una casa antigua, grande, en la que pudimos elegir una sala para estar solos. En la carta, cervezas artesanales que son una de mis fantasías etílicas. Una de ellas Goza la vida fue un festín: fresca, con notas de albahaca, ligera, pero con cuerpo; un verdadero descubrimiento… Sin tantita pena comienzo este texto por el café. Entre otros me dieron a escoger uno de origen que escogí sin preguntar región, nunca había probado uno de tal proveniencia. Me lo sirvieron en cerámica colorida con la leyenda de la casa, “Sin Tantita Pena”, es la taza untuosa y velada de espuma, odorífera, que llega desde allá atrás de la barra. Café del que les diré que era bueno como un chocolate servido en casa. Bueno como ese Caldo Tlalpeño tan hecho en casa, que sorbimos, mascamos y empinamos; aguacate y crujir totopos, también fais maison. Calurosa y ligera, como el servicio, es esta cocina sin vergüenza. El caldo tlalpeño ya mencionado, es uno de esos platillos que cuando buenos, como este, te reconfortan, te hacen sentir bienvenido. Los totopos, el chipotle, el aguacate, se funden y deambulan armoniosamente por el paladar…servido en platos coloridos, lúdicos. El lugar invita a la apreciación de la cerveza con variadas y divertidas frases que refieren con ingenio a ella. Ahí el agua de tamarindo sabe a tamarindo, cosa que en nuestros días de demencia alimentaria no es poco… pero, volvamos al café indio… aterciopelada amargura, aromas espumosos y densos como volutas a los recuerdos más íntimos, esos del café que equilibraba en paladar la justa dulzura del pastel de queso -con un merengue demasiado dulce, él sí; innecesario para mí gusto -. Como plato fuerte pedimos una mariscada que llegó con una presentación aburrida y sin mérito culinario, lo que desniveló nuestro menú. Sí, la mariscada no es muy digna de mención. Faltaron creatividad e imaginación, el corazón que lo demás tenía. Por último, en uno de esos arrebatos improbables que me son propios tuve antojo de guacamole, pero para mi sorpresa, porque es difícil hacer que un aguacate sepa mal, me encontré con un guacamole desangelado e impersonal, anónimo, diría yo. Además de agua de tamarindo, bebimos cervezas consistentes y artesanales. Dicho lo cual, sí volvería(mos) al lugar sin pena. Thercy Arvizu y Ale Rodriguastro

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