frutos de mar al aniversario

Hay días cuyo gozo proviene de cocinar, lo he dicho, pero hay otros en los que el gozo proviene de que le cocinen a uno. Recuerden los días de infancia cuando después de un día cansado, caluroso y lleno de sol llegaban a su casa y la comida estaba lista: un arroz esponjoso, unos chiles rellenos, una humilde sopa de fideo y uno pensaba: la vida es grande, la vida es bella, la vida está hecha para emprender el sol y el mar, el laberinto y la nostalgia. Hoy me ocurrió así (aunque ha pasado varias veces últimamente). Primero una oleada de olor, un derretirse de aromas en mis circunvoluciones, un conformarse de expectativas y gozo, de conato de placer…luego estoy sentada escribiendo y aparece él y me pide que me cubra los ojos y pruebe, después de acertar algunos sabores, me ofrece una copita de vino blanco, un vino blanco rico, fresco, matizado, afrutado, lleno de notas, de sabor , de esencia… Más tarde se me anuncia que la comida está lista y atiendo al llamado. Hay camarones, pimientos, perejil, ajo, tomatillos, jitomate y un cálido y amoroso caldo que congrega a todos los ingredientes. Ingredientes conjuntados que conforman un armónico y suculento desfile; hay arroz también, pero este no es el típico arroz, sino que está acompañado por mantequilla y hierba limón: la sutileza, la elegancia redundan en un platillo de tan cotidiano olvidado. Este arroz en cambio dice: mírame, huéleme, pruébame… hay que añadir los camarones tiernos, los pimientos y la diversidad de chiles que danzan aunados a él. Es una festín de olores, sabores, texturas, gozo, placer… es descubrir a quien está frente a uno y otorgarle su particular dimensión, su esencia, y equiparar el platillo con él y pensar: qué elegancia, qué sutileza, qué magnificencia, qué sueño vuelto hombre/ platillo (porque son uno y el mismo) magnífico. Hoy es un domingo que vibra, que sale desde la esquina y nos grita: “¡Hey, tú, come, y come bien, que no hay mayor gozo que comer y estar vivo!”

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